Respecto a la presencia del actual pueblo mapuche williche en el litoral, hay múltiples evidencias de la fusión social y cultural entre el pueblo chono y el pueblo mapuche williche. La evidencia arqueológica demuestra el consumo de especies agrícolas hace mil quinientos años en estos canales, y en 1553, antes del establecimiento español en Chiloé, Gerónimo de Vivar señala que, al desembarcar en una isla en la latitud de Puerto Aysén "vimos unos ranchos pequeños y (...) Había papas y maíz. Tenía buen parecer la tierra (…)”. Por otro lado, los "caciques" chonos que encontraron los jesuitas a principios del 1600, se llamaban Delcohueno y Talcapillan, nombres en mapudungun, hecho que se repite en varios chonos cuyos nombres quedaron registrados en fuentes históricas.
La adopción de la agricultura por parte de los chonos, así como del mapudungun como lengua general, evidencian un largo periodo de convivencia pacífica entre chonos y mapuche williche, previo a la llegada de los españoles. Si bien esta situación cambió con la colonización, con el tiempo este proceso de fusión entre ambos pueblos continuó en los siglos venideros. Huaihuenes y Caucahues (chonos y kawésqar) fueron radicados en Chaulinec, Chequian y Cailin durante el siglo XVIII, contribuyendo aún más al enriquecimiento sociocultural mutuo entre estos pueblos canoeros y la tradición mapuche williche, porque retornaban estacionalmente a sus archipiélagos de origen llevando consigo elementos culturales williche, a la vez que Chiloé incorporaba elementos canoeros. Ya en el siglo XVIII, en las expediciones de García y Moraleda, se documenta mucha toponimia mapuche en los canales, que sobrevive hasta hoy: Lamencura, Pichirupa, Quitralco, Melimoyu, Utarupa, Traiguen, Challamapu, Llenihuenu, Huichas, Güeicolafquen o Guaicolafquen, estos últimos los nombres de la laguna San Rafael, y Dequelhue, nombre de un sector del istmo de Ofqui.
Lo anterior da cuenta de archipiélagos interconectados culturalmente de manera constante, a pesar de sus diferencias lingüísticas. Por ejemplo, en el siglo XVII la travesía por el estrecho de Magallanes del inglés John Narborough fue conocida rápidamente en Chiloé, siendo comunicada oralmente por los diferentes pueblos que habitaban esta Patagonia archipelágica en muy poco tiempo, a pesar de la enorme distancia. La idea de un Aysén vacío de gente al momento de la colonización chilena no es sostenible en el litoral. Por el contrario, hay gran evidencia de una ocupación continua, aunque sus habitantes hayan sido presionados a radicarse en Chiloé en el siglo XVIII, porque nunca dejaron de desplazarse estacionalmente hacia este litoral, transformando el sedentarismo mapuche y el nomadismo chono en una trashumancia estacional: Invierno al norte del golfo de Corcovado, primavera y verano con largos y frecuentes viajes al sur de éste, hasta que se dieron las condiciones nuevamente para habitarlo de manera permanente a partir del siglo XIX.
Por si esto no bastase, estudios genéticos evidencian un origen mixto williche/canoero para los habitantes del sur de Chiloé, población que mantiene fuertes lazos de parentesco con los habitantes de todo el archipiélago de Aysén. Y si consideramos los conocimientos y prácticas culturales, podemos encontrar un enorme acervo canoero compartido, incluyendo técnicas de construcción, estrategias de navegación que intercalan el uso de atajos por tierra entre islas (“arrastraderos”), y técnicas de caza y pesca que se articulan de manera vigente con los procedimientos empleados en la pesca. Por último, un antecedente histórico administrativo: la provincia de Chiloé durante gran parte de la colonia se extendió hasta el Cabo de Hornos, y la influencia cultural del litoral así lo acredita. En suma, la idea de que las actuales comunidades mapuche williche de Aysén vinieron de afuera en tiempos recientes es producto de políticas coloniales que alteraron las dinámicas que ya existían previamente, provocando una imagen de vacío que ha sido aprovechada para invisibilizarlos y negarlos. Estas comunidades nunca han desconocido su parentesco con los chono, y tampoco lo han hecho respecto a la vastedad de su territorio ancestral.
El racismo consiste, entre otras conductas, en atribuir características negativas a un grupo humano determinado, desde una posición privilegiada en términos de poder político y simbólico. Ese racismo incluye reordenar el tiempo, de tal forma que -incluso- se les pueda cercenar la antigüedad a los Pueblos Originarios en una región que ha sido su territorio desde tiempos inmemoriales.